PARTICIPACIÓN ESCOLAR

 
Recuerdo a uno de esos profesores de los que dejan huella. En mi caso, es un referente en lo que a la docencia se refiere, no tanto por el modo de dar las clases, que seguía siendo convencional, sino por el compromiso que tenía con su alumnado y la manera que tenía de buscar el compromiso particular de cada alumno en su propio aprendizaje.

Fue mi profesor de química en el primer curso de Ingeniería Técnica Industrial en Burgos. Ha pasado mucho tiempo desde entonces.

Varios días antes del examen, solicitaba al delegado de clase que buscara y reservara un aula para el día siguiente por la tarde, fuera de nuestro horario lectivo y siempre de manera voluntaria, para la resolución de problemas; esto es, que en torno a dos o tres veces antes del examen, los que estábamos interesados teníamos la oportunidad de poder practicar ese tipo de problemas que por nuestra cuenta se nos podían atravesar, dificultando y alargando la preparación del correspondiente examen.

Quiero dejar claro que no considero que la motivación de un profesor para con su alumnado tenga que ser a costa de su tiempo libre, pero quiero también poner en valor la actitud de ese docente que, así como otras personas emplean su tiempo de ocio en actividades culturales, deportivas, benéficas, etc., él ofrecía su tiempo, conocimientos y experiencia para ayudar a aquellos que lo pudieran necesitar y aprovechar.

Otra peculiaridad este profesor era la manera de corregir los exámenes.

Pocos días después de cada examen, dejaba en el servicio de “Publicaciones” (reprografía) la resolución del mismo para que cada uno de nosotros pudiéramos corregírnoslo. Él nos citaba en su despacho por orden de lista, en torno a 10 alumnos cada día, nos devolvía nuestro examen, previamente revisado por él, tal cual lo habíamos entregado, sin marcas ni correcciones de ningún tipo, para que con nuestro examen y la solución que habíamos cogido en Publicaciones, fuésemos a la biblioteca, nos lo corrigiésemos y puntuásemos nosotros mismos y de nuevo por orden, volver a su despacho para tratar con él cada uno de los puntos del examen. En lo que a mí respecta, cada discrepancia que surgía porque yo había contabilizado un ejercicio con más nota que él, acabé conforme tras oír su explicación del porqué de su nota. Siempre lo consideré justo. En varias ocasiones, la puntuación que él había considerado, era mayor que la que nos habíamos propuesto nosotros y no era raro que alguien saliera con una puntuación total del examen mayor de la que se había propuesto él mismo.

Esto choca frontalmente con el relato de mis hijos cuando les dan una nota y me cuentan que les han entregado el examen, lo han visto 5 minutos y se lo han recogido, sin apenas tiempo para ver qué es lo que han tenido mal, por qué estaba mal o si realmente estaba o no bien corregido. La mejor manera que tenemos de aprender es de nuestros fallos. Si no los podemos detectar y si no tenemos oportunidad de saber por qué está mal, estamos condenados a cometer los mismos errores, en cambio, cuando sabemos exactamente en qué y por qué hemos fallado, cuando nos dan esa información al instante, de primera mano y de forma única para nosotros, podremos cometer otros errores, pero esos ya no.

Siguiendo el ejemplo dado al principio de este profesor, en cuanto a la participación escolar del resto de sectores implicados, podría ser interesante organizar desde el centro actividades de formación específicas, según las necesidades de los alumnos, en las que pudieran participar de forma activa tanto profesores del centro, como alumnos de cursos superiores, padres, profesionales del entorno, etc., e incluso, ampliar esa formación a personas del entorno que puedan tener interés en ella, sin necesidad de ser alumnos del centro.

Espero que estos ejemplos hayan sido tan motivadores y ejemplarizantes como lo han sido para mí.

Quedo pendiente de vuestros comentarios.

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